El Día del Padre ya pasó, como cada año, con menos ruido, menos flores, menos consumo y menos atención que el Día de la Madre. Es una fecha que, aunque oficialmente existe, parece seguir buscando un lugar digno en el calendario emocional y social. Y es una injusticia, porque detrás de esa aparente indiferencia hay historias que merecen ser reconocidas y celebradas.
Hoy existen padres que no sólo están presentes, sino que se esfuerzan por ser mejores que el ejemplo que recibieron. Padres que crían con ternura, que abrazan sin miedo, que escuchan, que se involucran, que cambian pañales, que cocinan y que van a las juntas escolares. Padres que han decidido romper cadenas y sanar heridas del pasado, construyendo relaciones más sanas con sus hijas e hijos. Padres que ejercen su rol no desde el autoritarismo, sino desde el amor y la presencia genuina.
Sí, aún hay mucho por hacer. Existen ausencias, irresponsabilidades y violencias que no pueden ni deben ignorarse. Pero también es necesario visibilizar a esos hombres que se están reconstruyendo, que están criando con consciencia, y que entienden que ser padre es mucho más que proveer: es acompañar, guiar, cuidar y amar.
Valorar el Día del Padre no significa replicar lo comercial, sino aprender a ver y a agradecer la figura paterna cuando esta se ejerce con responsabilidad, cariño y esfuerzo. Es hora de reconocer que también hay padres que sanan, y que ese proceso silencioso merece respeto, admiración y gratitud.