17 C
Delicias
domingo, octubre 12, 2025

Lluvias, cuerpos olvidados y diversidad: la indiferencia estructural que mata.

Debes leer

- Publicidad-spot_img

Esta semana, las lluvias volvieron a desbordar las calles del estado de Chihuahua. Casas inundadas, vehículos arrastrados, familias sacando agua como pueden. Pareciera una escena común o repetida cada temporada, pero lo que se repite no es solo la tormenta, sino nuestra incapacidad de adaptarnos, de planear, de respetar la naturaleza que insiste en recordarnos su fuerza.

Lo que se ve tras cada lluvia no es solo agua: es la consecuencia de haber construido ciudades sin pensar en el entorno, de haber ignorado el flujo natural del agua, de haber tapado arroyos y cubierto el suelo con concreto. ¿Cómo esperar que algo funcione si nuestras ciudades siguen actuando como si la tierra no hablara?

Y no hay que confundir esta crítica con el deseo de que deje de llover. Al contrario: si algo hemos pedido a gritos es el agua. Pero cuando llega, nos enfrenta con las decisiones mal tomadas, con la falta de planeación urbana, con el abandono de soluciones basadas en la naturaleza. Lo que debería ser bendición, termina convertido en riesgo.

Pero no es solo el agua la que nos grita.
Esta misma semana, en Ciudad Juárez, se encontraron más de 380 cuerpos apilados, embalsamados, olvidados en un crematorio. Y no, no hablo de ellos por morbo. Hablo de ellos porque también son una muestra del mismo abandono. En un país donde los cuerpos se pierden, se almacenan como basura o se sustituyen por cenizas falsas, ¿qué nos puede sorprender de que tampoco cuidemos nuestros ríos, nuestros suelos, nuestros árboles?

Todo está conectado. El cuerpo humano y el cuerpo de la Tierra. La negligencia que entierra a personas sin nombre es la misma que tala un bosque sin permiso, que rellena un humedal, que deja sin agua a una comunidad entera. Lo que ocurrió en Juárez no es solo un escándalo forense, es una metáfora brutal del olvido institucional que permea todo.

En medio de esta crisis ambiental y emocional, también hay cuerpos e identidades que quedan más expuestas. Se acaba de celebrar el Pride, y con él, un recordatorio de que la lucha por la dignidad humana no está desconectada del medio ambiente. La comunidad LGBT+, por ejemplo, enfrenta mayores riesgos ante crisis climáticas: muchas personas carecen de redes de apoyo, de acceso a servicios básicos o viven en condiciones de vulnerabilidad estructural. ¿Quién piensa en ellas cuando se planea una ciudad “sustentable”?

La justicia ambiental tiene que ser también justicia social. No basta con hablar de árboles o reciclar botellas. Hay que hablar de quiénes tienen el privilegio de sobrevivir cuando el sistema colapsa. Hay que incluir voces diversas en las políticas climáticas. Y también hay que aprender de quienes, como muchas personas LGBT+, han hecho de la resiliencia su forma de vida. Ahí hay una sabiduría que no estamos aprovechando.

Tal vez el problema no es que nos falten lluvias o recursos. Tal vez lo que nos falta es sensibilidad. Porque cuando normalizamos la muerte sin duelo, el desastre sin causa, la exclusión sin nombre, también dejamos morir nuestros ecosistemas.

Y así como esos cuerpos fueron olvidados, también nuestros ríos, nuestros cerros, nuestros árboles están siendo almacenados, ignorados, silenciados. Hasta que un día, la tierra, como el refrigerador de ese crematorio, ya no pueda contener más.

Juntos Todos por la resiliencia con equidad

- Publicidad-spot_img

Últimas noticias

- Publicidad-spot_img
- Publicidad-spot_img
- Publicidad-spot_img
- Publicidad-spot_img