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Delicias
domingo, octubre 12, 2025

El silencio antes de extinguirse

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Este fin de semana recorrí un EcoSendero a orillas del Río San Pedro acompañado por bastantes ciudadanos. Las lluvias recientes han devuelto algo de vida al cauce: la tierra respira, los insectos zumban, los hongos brotan entre la hojarasca, y por un momento, parece que todo está en equilibrio. Pero ese equilibrio es frágil. Entre los matorrales, entre las raíces revividas, también hay basura: botellas, envolturas, plásticos que ya son parte del paisaje. El río está vivo, pero enfermo.

Vi algo que me llenó de rabia, y algo más que me devolvió la esperanza. Lo primero: el desinterés con el que algunas personas siguen tirando basura en medio de un ecosistema que lucha por mantenerse de pie. Lo segundo: la mirada atenta y brillante de muchos niños que nos acompañaron. Preguntaban, se detenían, tocaban con cuidado la corteza húmeda de los árboles, buscaban huellas de fauna, hablaban de cuidar el planeta con una convicción que a muchos adultos nos falta.

Uno de ellos me preguntó si aún había luciérnagas. Y sí, aún hay. Pero cada vez menos.

Las poblaciones de luciérnagas están disminuyendo dramáticamente en todo el mundo. La contaminación lumínica, el uso de pesticidas, la pérdida de hábitat y la basura que arrojamos sin pensar han ido apagando estas pequeñas luces del desierto. En nuestro magnífico estado todavía resisten algunas especies, pero están amenazadas. Y con ellas, también están en riesgo otros tesoros: cactáceas endémicas, reptiles únicos, aves migratorias que usan nuestros valles como puntos de descanso, y murciélagos que polinizan las plantas que nos alimentan.

Lo triste es que muchas de estas especies podrían desaparecer sin que nadie lo note. El mundo está tan ocupado que ni siquiera escucha el silencio que deja una extinción.

Están en el suelo que pisamos, en los cuerpos de agua que deberían darnos vida, en la cadena alimenticia que sostenemos sin darnos cuenta. Flotan en el aire que respiramos y ya han sido encontrados en órganos humanos, incluyendo los pulmones, la placenta y la sangre. No lo vemos, pero estamos rodeados. Esa basura diminuta, fragmentada de nuestros propios hábitos, ya forma parte de la piel del planeta.

Durante años creímos que la contaminación por plásticos era un problema lejano, que limitado a los océanos o a países sin sistemas de recolección. Pero no: el plástico no desaparece, solo se hace más pequeño, más invisible, más tóxico. Se ha encontrado microplástico incluso en gotas de lluvia, nieve de montaña y aguas subterráneas. Ya no es un asunto ambiental aislado: es un problema de salud pública, un riesgo ecológico silencioso, una alerta urgente para las generaciones que vienen.

Creímos que no nos iba a alcanzar, pero ya nos está enfermando su presencia. Y lo más peligroso de todo es que lo estamos normalizando. Vivimos en una era donde es más fácil encontrar una bolsa de plástico que una semilla nativa. Donde la basura tiene más permanencia que una luciérnaga.

Nuestro estado con una multiplicidad de ecosistemas con toda su belleza y resiliencia, está en peligro. Y sin embargo, mientras existan niños que hagan preguntas como esa —¿aún hay luciérnagas?—, todavía hay esperanza. La educación ambiental no es una actividad extra; es una tabla de salvación para el futuro.

Necesitamos hacer más. Más senderos, más convivencia con la naturaleza, más conciencia, más acción. Y menos indiferencia.

Yo no quiero ser parte de la generación que apagó la última luciérnaga.

Consejo práctico: Limpiemos el planeta

La próxima vez que salgas a un río, bosque o sendero natural, lleva una bolsa y recoge al menos 10 piezas de basura aunque no sean tuyas.

Puede que salves una luciérnaga, un pez o un ave sin saberlo.

Y más importante aún: puede que inspires a alguien a hacer lo mismo.

Juntos Todos por la Luz que Aún Nos Guía

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