En esta mañana fresca de domingo, un día atravesado en el mes de julio del 2025, me acompaña la presencia mítica de una mujer que vivió hace más de quinientos años. Su nacimiento ocurrió alrededor del año 1500 y su deceso fue en 1527. Fue una vida corta pero llena de acontecimientos tan específicos que me atrevería a decir que su historia es única y predestinada. Nació en una cuna noble, hija de un cacique feudatario del Imperio azteca y su lengua era la náhuatl. Fue nombrada “Malinalli” en honor a la diosa de la hierba, y más tarde “Tenepal” que significa “quien habla con vivacidad”, lo que demuestra que desde pequeña tuvo el don de la comunicación. La imagino siendo una niña, educada como una noble, esperando confiada un futuro en el cual terminaría casada con otro noble, siendo madre y esposa, sin otro asunto más por agregar. Pero la vida dio giros inesperados para esta joven que nunca pudo prever. Su padre falleció repentinamente y su madre se volvió a casar, teniendo de este matrimonio un hijo varón, lo cual dejaba en una posición incómoda a Malinalli frente al padrastro. Su madre, sin atisbo de empatía, decidió venderla como esclava y lo hizo de noche para que no hubiera mayores escándalos. ¿Qué habrá sentido la joven Malinalli ante esta traición? Es difícil imaginar, ya que, al parecer era un destino común para las mujeres de la época, sin embargo, creo que el miedo y la incertidumbre no fueron ajenos a ella en esta situación traumática de su joven vida. Después de ser vendida a traficantes de esclavos, estos, luego de una batalla, entre mayas y mexicas, la cedieron como tributo a un cacique maya. Todo esto sucedió cuando Malinalli era muy joven, por lo que pronto llegó a hablar con fluidez la lengua maya-yucateca de sus nuevos amos, además de su idioma materno, el náhuatl. Es importante situarnos en esa época, que era dominada totalmente por los hombres, en el cual las mujeres no tenían voz ni voto, eran vistas como mercancía, botines de guerra y debían aceptar su destino sin chistar y sin levantar la voz.
Para este punto de la vida de nuestra joven protagonista podemos decir que no le había tocado una vida tranquila y llena de gozo precisamente, pero aún no había pasado nada relevante como para que su nombre quedara por siempre inscrito en la historia, todavía le esperaban grandes desafíos por vivir. Fue entonces que su vida se cruzó con la del gran conquistador, Hernán Cortés. Malinalli fue regalada a este después de la derrota de los tabasqueños, el 14 de marzo de 1519 junto con otras 19 mujeres, algunas piezas de oro y un juego de mantas. Hernán Cortés ordenó que estas 20 mujeres fueran bautizadas y se les otorgaran nombres castellanos por lo que Malinalli fue nombrada como Marina. Luego de su bautizo, fue entregada a Alonso Hernández Portocarrero, uno de los capitanes más reconocidos de la expedición y miembro de la realeza. Sin embargo, algo en la actitud de Marina la hacía sobresalir entre las demás y en cuanto Alonso Hernández Portocarrero tuvo que salir de escena, Hernán Cortés tomó a Marina como parte de su corte de mujeres. Sin saberlo, Cortés decidió en gran parte el destino de la conquista con esta acción. A partir de entonces, Marina ejerció un papel fundamental como traductora entre diferentes culturas, ya que aprendió el castellano en tan solo algunas semanas, pero además de traducir, tenía el don de la persuasión. Era observadora, sabía cómo reaccionaban los hombres de acuerdo a sus culturas y todo este conocimiento lo transformaba en información relevante para Hernán Cortés. Fue en ese tiempo cuando los españoles la empezaron a nombrar como Doña Marina, con respeto y admiración, y su figura siempre aparece en los relieves de la época al lado del conquistador Hernán Cortés. ¿Pero qué sucedía con los conquistados? Ellos no veían su proceder con buenos ojos, y su nombre se asoció a la traición, de ahí surgió el término “malinchista”, qué se refiere con desprecio a las personas que desdeñan su propia cultura y adoran lo extranjero. Pero, detengámonos un poco, México como tal todavía no existía en esos azarosos tiempos, Malinalli no había sido una mujer precisamente protegida y cuidada por su propia cultura ni por su gente. Ella tenía inteligencia, aptitudes y quizás, ambiciones propias, aunque en el tiempo en que le tocó vivir eso era igual a nada. Es complicado ponerse en su lugar y decidir que es lo mejor que pudo haber hecho, en una realidad que cambiaba constantemente y en la que su propia vida estaba en juego. Por muchos años, su figura ha sido motivo de escarnio y señalamientos, porque sí jugó un papel determinante en la conquista, pero a la luz de la época actual donde se ha trabajado mucho en reivindicar la figura femenina en la historia, su papel se ha transformado en el de una mujer que también fue víctima del dominio y que simboliza el inicio de una nueva época, que con ella o sin ella, ya se estaba gestando. Fue testigo del final de una vieja civilización y el surgimiento de una nueva y se convirtió en madre simbólica de la nueva civilización mexicana, producto del sincretismo cultural.
Pero luego, ¿qué sucedió con Malinalli Tenepal? Tuvo un hijo, fruto de su relación con Hernán Cortés, llamado Martín Cortés, quien fue uno de los primeros mestizos de la Nueva España. Posteriormente, y cuando ya no era de tanta utilidad para él, Cortés la repudió y la cedió en matrimonio a otro español llamado Juan Jaramillo, con quien tuvo una hija llamada María. Al poco tiempo, nuestra protagonista de hoy, falleció al parecer víctima de viruela, a la temprana edad de 27 años.
Ahora, mientras bebo mi café de la mañana y siento su suave presencia a mi lado, no me queda más que reconocer que fue una mujer inteligente, fuerte, resiliente, diplomática, que tenía el don de la comunicación y que hizo lo que pudo con lo que tuvo, que sin duda, fue mucho más que lo que hicieron los hombres de su época cuyos nombres quedaron perdidos para siempre en los anales de la historia. Su nombre siempre será motivo de controversia y tendrá tanto detractores como defensores. Yo no quiero convertirme en su juez, solo pretendo conocer su historia y ubicarla en el contexto en el que le tocó vivir, preguntándome siempre: ¿y qué hubiera hecho yo? Pregunta que se quedará sin respuesta pues esos difíciles tiempos que ella vivió nunca más habrán de repetirse. En medio de un profundo suspiro me despido de ella. Hasta siempre, Malinalli Tenepal, Malintzin, Doña Marina, no me despido, esto es un ¡hasta siempre! Porque, como ya sabemos, el pasado se entrelaza con el presente y se abraza al futuro, manteniéndonos unidos en la eternidad.
