Con el auge del cuidado de la salud mental y el desarrollo de la inteligencia emocional, se van sumando a nuestro vocabulario términos cuyas definiciones se utilizaban en otros campos diferentes. Resiliencia es una palabra que aprendí durante un curso de catequesis cuando vivía el final de mis veintes; les cuento.
Durante mis primeros treinta años de vida sentí que vivía como el conejo del cuento “Alicia en el país de las maravillas”, corriendo con la prisa de tener el tiempo encima, como si estuviera en una carrera y tenía que cumplir con ciertas etapas a determinada edad: Primaria, Secundaria, Preparatoria, Universidad, titularse, aprender inglés, viajar, conseguir un buen trabajo, hacer una Maestría, casarse, tener hijos. A todo llegar a tiempo y siendo, si no la mejor, de las mejores. Pero en esa última meta, el tiempo se detuvo y se quedó esperando por diez años. Muchos doctores, varios tratamientos, demasiadas hormonas, estrés, cansancio emocional, roces maritales, malhumor, neurosis, presión social; comentarios y opiniones por todos lados, recomendaciones de remedios naturales, bebidas, etc. (todas llegaban de buena voluntad, pero para mi eran como piedras que hacían más pesado mi costal de emociones). Hasta que un día dije “hasta aquí”, si en el Plan de Vida que Dios tiene para mi no está la maternidad, lo acepto y sigo con mi vida, pensé. Empecé a enfocarme en el voluntariado, algo que siempre ha sido parte de mi vida; seguí preparándome profesionalmente, fortalecí algunas de mis amistades, emprendí un nuevo negocio; es decir, continué mi vida ya sin prisas y con los pies puestos en la realidad.
Justo en esa época entendí el significado de ser resiliente. De acuerdo a la Real Academia Española, la resiliencia es la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos; es la capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. Ser resiliente significa tener la capacidad de adaptarse y recuperarse de situaciones difíciles, adversidades, traumas o cambios significativos en la vida. No implica evitar los problemas, sino enfrentarlos, manejarlos de manera constructiva y salir fortalecido de la experiencia. Hasta ese momento creía que había sido resiliente al aceptar la realidad respecto a la maternidad. Años más tarde llegaron Salvador y Mariangel, muchos me dijeron que fue porque me relajé o porque solté eso que me perturbaba; hasta hoy yo creo que así estaba escrito tanto en Mi Plan de Vida, como en el de ellos.
Sin embargo, esta semana llegó a mi un nuevo término: antifrágil. En una enriquecedora conversación se me fue presentado esta palabra, ya que mi interlocutor y yo coincidíamos que no puedes regresar a ser quien eras (a tu estado “original”), después de haber pasado por alguna situación adversa puesto que las circunstancias te hacen cambiar. Ambos también estuvimos de acuerdo en que algunas personas que se dicen resilientes, utilizan la frase “he vuelto a ser yo”, teniendo un cambio nulo en sus vidas después de la adversidad. Fue entonces que mi conversador en ese momento me dijo que él se considera una persona antifrágil; prosiguiendo rápidamente a Google para conocer el significado me encontré con que este término fue acuñado por Nicholas Nassim Taleb, un filósofo libanés nacionalizado estadounidense, quien sostiene que existe una cualidad que nos ayuda a sacar beneficio del caos y que resulta ser la mejor arma contra la incertidumbre: la antifragilidad.
Siguiendo con nuestra plática, introdujimos a Alexa en la conversación preguntándole la diferencia entre una persona resiliente y una persona antifrágil, y su respuesta fue que “la resiliencia es simplemente la capacidad de recuperarse, pero la antifragilidad es la capacidad de crecer y beneficiarse positivamente de los factores estresantes”. Mi interlocutor empezó a explicarme algunos ejemplos: El resiliente resiste choques y permanece igual; el antifrágil mejora; loresiliente sobrevive, lo antifrágil permanece y se fortalece ante las adversidades; las personas resilientes vuelven a ser ellos mismos, a los antifrágiles el caos los cambia; renovarse o morir.
Después de esta interesante, y constructiva charla, me quedé pensando en todas las adversidades por las que he pasado tanto en mi vida personal como laboral y que definitivamente me han hecho cambiar, evolucionar, transformarme. Así que no, no soy una mujer resiliente, soy una mujer fuerte y antifrágil. Y tú, ¿has experimentado la resiliencia o la antifragilidad en tu vida?