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domingo, octubre 12, 2025

“La factura ambiental de nuestros megaproyectos”

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A los megaproyectos les encanta llegar con alfombra roja: desarrollo, empleos, conectividad, “beneficio para todos”. La parte que casi nunca se lee es la del recibo: quién paga la factura ambiental y por cuántas décadas. Y, spoiler, esa cuenta no viene “a meses sin intereses”; la naturaleza siempre cobra al contado.

El Tren Maya nació en 2019 como la promesa de “unir” la península y detonar el turismo. Cinco años después, los juicios de amparo interpuestos por comunidades mayas siguen empantanados (la audiencia de julio de 2025 ni se celebró), mientras las obras y operaciones avanzan sin mirar por el retrovisor. En el tramo 5, la selva ya perdió más de 2.2 millones de árboles y 119 cenotes y cavernas han sido impactados. El presupuesto de 150 mil millones de pesos se “ajustó” a casi medio billón, y el tren turístico ahora presume terminales de carga y zonas industriales que el folleto original no anunciaba. Sí, hay planes de “restauración”, pero cualquiera que haya intentado reponer un árbol adulto sabe que no crece al ritmo de un anuncio oficial.

Al norte, en Sonora, el Proyecto Saguaro busca convertir a México en exportador de gas natural licuado desde Puerto Libertad. La cifra que no cabe en un tuit: 73 millones de toneladas de CO al año, más que países completos como Suecia o Portugal. La ruta cruza el Golfo de California, al que Jacques Cousteau llamó “el acuario del mundo”: refugio del 39% de los cetáceos del planeta y pilar de la pesca nacional. Ahí, el ruido, el tráfico marítimo y la contaminación no son “daños colaterales”; son el nuevo paisaje. A veces pareciera que le pedimos a las ballenas que aprendan a leer estudios de impacto para no estorbar.

Y en Chihuahua, aunque no tengamos ni selva maya ni mar de Cortés, el guion es inquietantemente familiar. La Profepa y la Semarnat se han venido desarticulando en capacidades: menos personal técnico, menor presencia de inspección y un peso cada vez mayor sobre estados y municipios… sin los recursos equivalentes. El resultado se ve donde más duele: desmonte acelerado en la Sierra Tarahumara, pérdida de cobertura forestal para abrir paso a actividades que consumen agua, fragmentan hábitats y dejan a las comunidades con menos sombra, menos suelo vivo y menos futuro. Cuando el árbitro se queda sin silbato, el juego lo dictan las patadas.

Tren Maya, Saguaro, Tarahumara: tres escenarios, una misma lógica. Tomar decisiones con prisas económicas y trámites flexibles, esperando que los ecosistemas se adapten a la agenda. Pero la biología no entiende de inauguraciones. Podemos discutir modelos de desarrollo, claro; lo que no podemos es fingir que la naturaleza firmó de conformidad.

No se trata de decir “no” a todo. Se trata de pedir planeación de verdad, escuchar a las comunidades, respetar el territorio y fortalecer—no debilitar—las instituciones ambientales. Si el proyecto es tan bueno como dicen, que lo demuestre en la Manifestación de Impacto Ambiental, en las condicionantes verificables y en el monitoreo público. Lo demás es narrativa.

Consejo práctico: vigila un proyecto (de verdad)

​1.​Busca su MIA en la Gaceta Ecológica de Semarnat y lee las condicionantes (palabras clave: fauna, agua, cambio de uso de suelo).

​2.​Pide por escrito el oficio de autorización y su folio; es información pública.

​3.​Verifica en campo 1–2 condicionantes (por ejemplo: pasos de fauna, reforestación, cercos de protección) y documenta con fecha y geolocalización.

​4.​Denuncia incumplimientos en el portal de Profepa y ante la Secretaría estatal de Desarrollo Urbano y Ecología; comparte el folio con tu comunidad para dar seguimiento.

Juntos Todos por el territorio que no se vende al mejor postor

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