Para la mayoría de las personas que me conocen no es un secreto que desde hace aproximadamente ocho años mis hijos y yo asistimos a los Grupos de Familia Al-Anon. No es el objetivo de mi participación de este jueves el detallar lo qué es esta hermandad mundial y quiénes la integramos, sino compartir con ustedes, lectores, la experiencia que esta semana compartí en una Reunión de Intercambio y que me gustó mucho para darla a conocer de manera pública.
Mi vida antes de llegar a Al-Anon era ingobernable por mi obsesión del control y el perfeccionismo; defectos de carácter cuya naturaleza entendí cuando realicé un minucioso examen de conciencia. Me tomó mucho tiempo reconocer que en diversas ocasiones había llegado a sentirme jueza de los comportamientos de las personas, en especial de los de ese ser querido por el cual llegué al Grupo Aceptación el 31 de octubre de 2017, sin caer en la cuenta de los errores que yo cometía y culpando a esa persona de la mayoría de mis desgracias. Viví muchos años en la negación, con “máscaras” para pretender que todo estaba bien, cegándome acerca de los comportamientos inaceptables tanto míos como de la otra persona. Se veía lejos el momento en que yo aceptara que no estaba viviendo en paz ni gozaba de tranquilidad y que ya mis hijos se estaban viendo afectados por la locura que giraba a nuestro alrededor.
Tomar la decisión de asistir a esa primera reunión representó para mi una esperanza de encontrar soluciones para estar bien con ese ser querido y llegar a esa vida tranquila que anhelaba. Si embargo, me encontré con que debía empezar por mí, trabajar en mí, cambiar yo; y eso me resultó difícil porque era más sencillo seguir victimizándome y martirizándome que reconocer que mis actitudes y comportamientos contribuían a la dinámica insana que estábamos viviendo, además que propiciaba en el ser querido que su enfermedad fuera desarrollándose. Al pasar los años fui comprendiendo que el llevar a la práctica este programa de vida me daba las herramientas para alcanzar la tranquilidad que yo quería vivir. Seguí asistiendo a las reuniones, empecé a compartir mis experiencias de vida, la literatura de Al-Anon me empezó a guiar y dar luz en momentos difíciles porque veía reflejada mi historia en los relatos escritos; el servicio se volvió parte fundamental de mi recuperación y de mi camino hacia la serenidad y la plenitud.
Reforcé el valor del agradecimiento y me decidí a practicarlo más. Agradeciendo cada día por estar viva, por tener salud, por contar con la bendición de un trabajo, por estar con mis hijos y porque ellos están bien; expresar mi gratitud por el maravilloso círculo de apoyo que me rodea con amor y fortaleza; dando gracias por los dones y talentos que me permiten seguir sirviendo; sintiendo inmensa gratitud por ese ser querido cuya enfermedad me hizo replantearme la vida cuando tenía yo 36 años y me encontraba con un niño de 3 años y una beba de 10 meses. He llegado a confirmar que tengo opciones para vivir bien, que solo es cuestión de ocuparme en lugar de preocuparme, de confiar en Dios, de vivir un día a la vez y establecer prioridades para organizarme mejor.
Un punto muy importante, que da pie al título de mi participación de hoy, es el compartir. No solo los bienes materiales, sino las experiencias e historias que han ocurrido en mi vida y que me hacen ser quien soy. Me he dado cuenta que mis heridas emocionales van cicatrizando en la medida que comparto cómo he estado aplicando esta filosofía de 36 principios de vida en todas mis acciones; así como las veces que me he podido levantar de esas recaídas emocionales.
Voy aprendiendo a no centrarme en mis etapas trágicas, las cuales todos llegamos a tener. Voy entendiendo que los problemas no se acaban (ni se acabarán), simplemente ha cambiado la manera en que los abordo, los vivo y les busco solución cuando la tienen. He dejado de victimizarme, pero no de ser dramática porque es parte de mi esencia; y cuando de repente llegan esas ganas de tirarme al suelo y ponerme nuevamente la máscara de “La Víctima”, recuerdo que vivir es motivo suficiente para estar alegre y valoro con más ganas todo lo que hay a mi alrededor. Y tú, ¿cómo vas cicatrizando tus heridas emocionales?