Saúl “Canelo” Álvarez perdió sus campeonatos y, en cuestión de minutos, las redes sociales se llenaron de burlas, memes y ataques. Lo que en otros países hubiera sido motivo de respeto y admiración, aquí fue motivo de celebración. Sí, en México hay quienes disfrutan más la derrota del compatriota que la gloria compartida.
El Canelo no solo fue un boxeador exitoso, fue un administrador impecable de su carrera. Supo leer el negocio como pocos, eligió sus batallas con inteligencia, multiplicó sus ingresos y convirtió su nombre en una marca que trascendió el deporte. Pasó de ser un niño humilde vendiendo paletas en Guadalajara, a ser uno de los atletas más ricos e influyentes del planeta. Eso, por sí mismo, debería inspirarnos.
Pero no: en México su éxito siempre fue incómodo. Si ganaba, “era porque le ponían rivales fáciles”; si invertía, “porque era soberbio”; si hablaba de logros, “porque presumía”. Nunca hubo punto medio. Y ahora que perdió, miles festejan como si de pronto esa caída equilibrara la balanza de una vida entera de esfuerzo y disciplina.
Esa actitud dice más de nosotros que de él. Nos retrata como una sociedad que aplaude cuando un grande tropieza, pero que se queda inmóvil cuando alguien brilla. Nos cuesta aceptar el éxito ajeno porque refleja nuestras propias carencias, porque preferimos pensar que “fue suerte” antes que reconocer que detrás hubo trabajo, disciplina y visión.
El Canelo puso a México en lo más alto del boxeo mundial durante más de una década. Llenó estadios, rompió récords, convirtió cada pelea en un espectáculo global y demostró que un atleta también puede ser empresario, estratega y símbolo. Difícilmente volveremos a tener a alguien como él. Y sin embargo, aquí lo despreciamos como si su triunfo fuera una ofensa.
¿De verdad eso queremos ser? ¿Un país que destruye en lugar de reconocer? El día que aprendamos a aplaudir los triunfos ajenos, ese día México cambiará. Cuando dejemos de odiar al que logra lo que nosotros no nos atrevimos a intentar, ese día nos ayudaremos de verdad, ese día creceremos juntos.
El Canelo ya no tiene todos sus cinturones, pero conserva algo que pesa más: un legado imposible de borrar. Será recordado como un hombre que convirtió golpes en fortuna, críticas en motivación y envidias en combustible para llegar más alto.
En el fondo, el verdadero combate del Canelo nunca fue solo arriba del ring: fue contra la indiferencia y el desprecio de su propia tierra. Y ese combate, aunque duela aceptarlo, lo ganó con creces.
Y si no sabemos reconocer a nuestros campeones, si seguimos celebrando la caída del que triunfa, entonces quizá México no merece tenerlos. Hasta que aprendamos a admirar lo que otros logran, seguiremos perdiendo como sociedad.
[1:22 a.m., 15/9/2025] Kuzy Toño Presi: Más que tradición, fue respeto. Terence Crawford devolvió los cinturones físicos tras su victoria como muestra de admiración hacia Saúl “Canelo” Álvarez, y se anunció que pronto recibirá nuevos. Este gesto, más allá de lo protocolario, refleja un valor que a veces escasea en el boxeo: respeto entre grandes atletas. Ambos demostraron que sus diferencias se limitan al cuadrilátero, y que fuera de él, la ética y la admiración mutua prevalecen.
Con esta victoria, Crawford hace historia. Se convierte en el primer boxeador en ser campeón indiscutido en tres categorías distintas: superligero (2017), welter (2023) y ahora supermediano (2025). Su récord invicto de 42-0 con 31 nocauts lo consolida como uno de los más grandes pugilistas de todos los tiempos.
El gesto de devolver los cinturones físicos al Canelo añade un valor simbólico que trasciende títulos y récords. En un deporte donde las rivalidades son intensas, Crawford demuestra que la verdadera grandeza se mide también por respeto, humildad y caballerosidad.
Hoy, Terence Crawford no solo celebra un triunfo histórico: celebra también el legado de la ética y el respeto, dejando una marca imborrable en la historia del boxeo mundial.
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