No se debe premiar a quien sirve a la patria, sino castigar a quien se sirve de ella
“¡tantos soldados custodiando a una pobre mujer, pero yo con mi sangre forjaré un patrimonio para mis hijos!” fue la frase que dijo al ser apresada por los realistas acusada de conspiración, a quien se considera por muchos como la madre de la patria mexicana, la mismísima María Josefa Crescencia Ortiz Téllez-Girón, más conocida como la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez. Y aunque todos los y las mexicanas escuchamos hablar de ella cuando se trata de la Independencia de México, creo que nos han quedado a deber su verdadera esencia y motivaciones que la llevaron a ser una figura determinante en este gran movimiento económico, social y político de nuestro país.
Nació un 8 de septiembre de 1768 en Valladolid de Michoacán, hija de un capitán y de una mujer que pertenecía a una noble familia española. El padre murió en batalla y su madre un poco después de tal manera que la pequeña María Josefa quedó a cargo de su hermana mayor, quien procuró darle la mejor educación posible con miras a un buen casamiento. Por tal motivo, ingresó al Colegio de las Vizcaín, lugar en el que conoció a su futuro marido, el abogado Miguel Domínguez. Cuando se casaron, tenían 23 y 35 años respectivamente, además de que él era viudo y trajo consigo a dos hijos producto de esa unión anterior. Un desafío más al que se enfrentó la jovencita María Josefa quien los cuidó como a sus propios hijos. Tuvieron 12 descendientes en común, por lo que juntos criaron a 14 hijos.
En 1802 su esposo fue promovido por el virrey de la Nueva España, Félix Berenguer de Marquina, con el cargo de corregidor en la ciudad de Santiago de Querétaro, por lo que la familia Ortiz Domínguez cambia de residencia, para instalarse en su nuevo hogar. Para entonces, nuestra heroína tenía alrededor de 34 años, ya tenía una familia numerosa que seguía creciendo y había sufrido en carne propia las injusticias a las que los criollos eran sometidos por los gachupines, ya que eran tratados como ciudadanos de segundo nivel y solo podían ocupar cargos administrativos inferiores, por lo que sabía que el futuro de sus hijos iba a estar marcado también por el abuso de los colonizadores.
Este descontento general propició que los criollos se comenzaran a reunir en secreto para estudiar las ideas de la Ilustración que hablaban de los derechos naturales y la libertad individual, una sociedad más justa y la secularización de la cultura, ideas que obviamente eran prohibidas por la Iglesia Católica que en ese tiempo tenía gran injerencia en los asuntos de Estado. Estas reuniones las enmascaraban bajo el concepto de tertulias literarias. Bajo esta influencia, Doña Josefa empezó a notar todas las injusticias cometidas no solo contra su clase social, sino con el resto de la población y comenzó a germinar en ella la idea de rebelarse contra ese orden impuesto por los colonizadores.
Es así como la corregidora, en contra de todo lo que esperaba de una mujer de esa época, se inmiscuyó en asuntos políticos y se convirtió en una líder del movimiento insurgente. Esta lucha empezó en su propia casa, pues primero tuvo que convencer a su esposo de la importancia de involucrarse en la emancipación de la corona española, lo cual no ha de haber sido nada fácil, ya que aparte de que el corregidor no estaba tan convencido, la verdad es que también cometió algunos desatinos que casi terminan con la determinada participación de su temeraria esposa. La actitud del corregidor siempre fue ambigua, por una parte se reunía con Hidalgo, Allende y Aldama y por otro lado, procuraba no romper con el virreinato, no fue discreto ni sigiloso respecto a la secrecía del movimiento, lo que levantó sospechas entre las autoridades virreinales y esto aceleró la denuncia de la conjura y el error más atroz de todos, fue encerrar a Doña Josefa cuando lo mandaron a revisar casa por casa para detener a los conspiradores y decidió mantenerla alejada de los insurgentes parra que no les diera aviso, aunque ella logró llevar a cabo su cometido, además una vez descubierta la conspiración no se unió abiertamente al movimiento insurgente y su imagen quedó deslucida al mostrarse como un personaje débil. No es de sorprender entonces que la verdadera figura insurgente que quedó inscrita para siempre en la memoria patriótica sea la de su esposa, Doña Josefa Ortiz de Domínguez.
Esta mujer no permitía que el desaliento le ganara, ya que una vez encerrada por su marido en su propia casa, con la particularidad de que además en ese momento estaba embarazada, encontró una manera muy práctica, pero sin duda alguna, creativa, de llamar la atención para encontrar un cómplice que avisara a los insurgentes que la conspiración había sido descubierta. Imaginemos a Doña Josefa dando vueltas en su habitación, preocupada, angustiada, desesperada sabiendo que sus amigos y líderes del movimiento estaban por ser apresados y ella encerrada, sin poder avisarles. De tanto dar vueltas por el salón empezó a escuchar sus pasos, fuertes, decididos y entonces le llegó la inspiración: se quitó un tacón y comenzó a golpear el suelo con fuerza hasta que llamó la atención de Ignacio Pérez, quien era un gran simpatizante de la causa insurgente y la cárcel que custodiaba quedaba a un lado de la casa de la corregidora y quien seguramente se había dado cuenta de que algo grave estaba pasando, ya que el corregidor estaba visitando casas de manera intempestiva y por la noche, algo fuera de lo común. Al escuchar el ruido producido en uno de los cuartos de la casa de la corregidora, comprendió que algo quería decir doña Josefa, y así esta, logró pasarle una carta que había escrito para Miguel Hidalgo y Costilla y le imploró que se la llevara de inmediato. Esto sucedió el 12 de septiembre de 1810.
Ignacio Pérez en una larga cabalgata nocturna llegó hasta San Miguel el Grande donde no encontró al cura Hidalgo y tuvo que seguir de largo hasta Dolores, donde afortunadamente para todos nosotros, el mensaje fue recibido y Don Miguel Hidalgo y Costilla tuvo que apresurar los acontecimientos y proclamar el Grito de Dolores la madrugada del 16 de septiembre de 1810. La tensión, la preocupación y la incertidumbre que vivieron estas personas en esos momentos solo las podemos imaginar, y quizás el miedo era su principal compañía, pero el amor por sus ideales era más fuerte que todo y gracias a eso, la historia que contamos hoy es que, después de muchos otros acontecimientos, se logró la tan ansiada independencia que nosotros disfrutamos actualmente.
Pero volvamos a la historia personal de aquella mujer encerrada en su propia casa, embarazada, a quien un atribulado esposo intentó proteger de sí misma. Fue apresada y condenada a cuatro años de prisión, aunque nunca delató a sus amigos y amigas conspiradores diciendo al respecto: “Prefiero morir, antes que traicionar la causa de la libertad”, otra de las frases célebres que dijo y que especialmente me conmueve es la siguiente: “No se debe premiar a quien sirve a la patria, sino castigar a quien se sirve de ella”. La enviaron a la Ciudad de México, donde fue recluida en el Convento de Santa Teresa y fue liberada medio año antes de cumplir su condena, una vez libre, continuó apoyando a la causa insurgente, mandando dinero e información y convenciendo a más gente para que se uniera a la causa. Cabe resaltar que nunca aceptó recompensas o puestos por su papel en la lucha, también rechazó terminantemente ser parte de la corte imperial de Agustín de Iturbide, lo que confirma que su osada participación en la independencia siempre fue por el bien de su patria y no por su bienestar personal, ya que como dijo: “lo que hice por la libertad de mi patria, lo hice por deber y no por interés”.
La madre de la patria mexicana, por quien siento un enorme respeto y admiración, murió un 2 de marzo de 1829, dejando un legado de suma importancia para la historia de México. No cabe duda que su notable paso por la vida y sus decisiones siguen presentes en la realidad actual y cada 16 de septiembre que gritamos con emoción: ¡vivan los héroes que nos dieron patria! entre todos los nombres que coreamos llenos de orgullo, está el de ella, Doña Josefa Ortiz de Domínguez, quien me vino a visitar en esta mañana de domingo, mientras tomo mi café y me acompaña a escribir una pequeña parte de su historia, porque justo en estas fechas, hace 215 años, ella estaba luchando poniendo en riesgo su propia vida, uniendo el tiempo en una línea directa al presente y afectando sin duda al futuro, una presencia que existirá para los mexicanos por siempre-jamás.
