Como consecuencia de las Fiestas Patrias por gritar tantos “¡Viva!”, me quedé sin voz por unos días. Quienes me conocen saben que una de mis características es que soy muy platicadora, así que el estar en votos de silencio forzados resultó algo desesperante al principio, pero luego agradecí la enorme enseñanza que esto me dejó. Les cuento.
Desde hace algunas semanas la carga de estrés laboral aumentó considerablemente por unas cuestiones internas de mi equipo de trabajo, viajes que realicé y actividades extraordinarias que debían realizarse en tiempo y forma; personalmente también ocurrieron unas situaciones que elevaron el cortisol en mi organismo. En términos de rehabilitación/recuperación, me amadriné con varias personas pidiendo guía y consejo, coincidiendo todos en varios puntos: debía relajarme y comprender que no todas las personas van a actuar de la manera que yo lo espero; no todo mundo realiza las cosas con el amor y la pasión con que yo lo hago; la comunicación clara, acompañada de retroalimentación y seguimiento, es lo ideal. Me di la oportunidad de ver las cosas desde diferentes escenarios, para así tomar mejores decisiones.
Al quedarme sin voz pude observar más a mi alrededor, pude silenciar también mis pensamientos boicoteadores, pe permití escuchar mi voz interior (a la que yo le llamo conciencia) y eso me dio pie a pensar en mejores opciones para la situación laboral que me estaba quitando la paz y la serenidad, así como recordar lo importante que es delegar y confiar en las habilidades y aptitudes de quienes están a mi alrededor.
Espiritualmente, este silencio me ayudó a escuchar lo que Dios constantemente me recuerda a través de varios medios: “se paciente, Karem, yo siempre estoy a tu lado; espera, quiero lo mejor para tu vida, pero todo en su momento, ni antes, ni después”. Y, a manera de coincidencia, esta semana el tema que vamos a estudiar mi hijo y yo en su preparación para la Primera Comunión es “Escuchar”.
Me di cuenta que en ocasiones lleno mi vida de música, de ruido, de cascabeles, como manera de evitar caer en la quietud y esquivar mis pensamientos. Por eso decimos que el silencio llega a incomodar, que esas pausas en las conversaciones nos mueven porque empezamos a pensar “¿por qué no contesta?, ¿se habrá molestado por lago que dije?”.
Al callar mi voz de manera forzada también pensé en lo privilegiada que soy de poder hablar, de estar sana y tener la capacidad de contar con mis cinco sentidos (porque el sexto de repente está dormido). Soy bendecida de ir más allá del sentido literal de la palabra y tener una voz que puede ser escuchada y leída por muchas personas que me tienen como una líder de opinión en nuestra Comunidad; y también por varias mujeres que se han acercado a mi cuando he tenido la oportunidad de dar alguna charla o conferencia, y se sienten identificadas por mi testimonio. Cuántas personas a nuestro alrededor viven inmersas en situaciones vulnerables, violentas y peligrosas; sobreviviendo día a día con temor, con incertidumbre; sin atreverse a hablar, a expresar por lo que están pasando y así se les va la vida.
Bien lo dijo la cubana Celia Cruz, en su versión en español de la famosa “I will survive” de Gloria Gaynor: “Mi voz puede volar, puede atravesar cualquier herida, cualquier tiempo, cualquier soledad, sin que la pueda controlar toma forma de canción. Así es mi voz que sale de mi corazón; y volará sin yo querer por los caminos más lejanos, por los sueños que soñé. Será el reflejo del amor de lo que me tocó vivir, será la música de fondo de lo mucho que sentí”.
Y tú, ¿eres consciente de lo fuerte que puede llegar a ser tu voz? (Y no hablo de volumen o decibeles).






