Las rebajas, los carritos digitales y la moda de “usar y tirar” se han convertido en parte de nuestra rutina. Compramos una playera de 200 pesos en Shein, la usamos dos veces, la lavamos mal y después termina olvidada en el fondo del clóset o, peor aún, en un basurero. Y lo hacemos con la tranquilidad de que “no fue tan cara”.
Pero el costo real está muy lejos de lo que marcaba la etiqueta. Cada prenda de fast fashion lleva litros y litros de agua en su producción, químicos que envenenan ríos, energía que depende de carbón y petróleo, y toneladas de transporte exprés que contaminan más de lo que imaginas. Se calcula que la industria de la moda genera entre el 8 y el 10 % de las emisiones globales de CO₂. Sí: más que todos los vuelos internacionales y barcos de carga juntos.
La ropa “barata” no solo es tóxica para el ambiente: también es tóxica para quienes la fabrican. Talleres donde se trabaja hasta 18 horas, sueldos de hambre y químicos que enferman. Todo para que aquí celebremos un pedido “express” que llega en cinco días. Según Greenpeace, más del 15 % de las prendas analizadas en marcas de moda rápida tenían químicos peligrosos prohibidos en Europa. Y lo peor: Se calcula que 6 de cada 10 prendas terminan en la basura en el mismo año de su compra. En la Ciudad de México cada día se tiran más de 360 toneladas de ropa; a nivel nacional se habla de millones de toneladas al año, de las cuales apenas 1 % se recicla. El resto va a tiraderos, a rellenos o, peor, a desiertos como el Atacama, que se han convertido en cementerios de ropa.
La moda rápida se volvió la gran fábrica de residuos del siglo XXI. Con su producción millonaria de prendas que duran menos que la temporada de La Casa de los Famosos.
En México, este tema ya salió de la burbuja ambientalista. El Congreso de la Ciudad de México aprobó en agosto nuevas medidas contra la contaminación textil, enfocadas en exigir transparencia a las empresas, regular los residuos y frenar la importación desmedida. Es apenas un inicio, pero refleja algo: el problema ya no es invisible, ya no se puede esconder bajo la alfombra (ni debajo de la moda).
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Julieta Fierro: mirar al cielo en tiempos de consumo vacío
En medio de estas noticias de consumo y descarte, llegó otra que dolió de verdad: la muerte de Julieta Fierro, una de las divulgadoras científicas más queridas de México. Ella no vendía camisetas ni pantalones, vendía preguntas y curiosidad. Nos enseñaba que mirar el cielo era un derecho, que el universo podía entenderse sin fórmulas complicadas y que cualquiera podía maravillarse con las estrellas.
Fierro nació en 1948 y dedicó su vida a la UNAM, a la investigación y, sobre todo, a la divulgación. Publicó más de 40 libros, dio miles de charlas y conferencias, y hasta con dislexia —esa condición que hacía difícil leer y escribir— nos mostró que la pasión es más fuerte que cualquier obstáculo. Su voz era cercana, alegre, clara. Transformaba galaxias y agujeros negros en historias que cabían en la mesa del comedor.
Su partida nos deja un vacío, pero también una enseñanza incómoda: mientras millones corremos detrás de modas fugaces y consumos vacíos, hay personas que nos recuerdan lo que realmente importa. Mirar al cielo, educar a otros, compartir conocimiento, sembrar asombro. Eso sí es un legado. No un vestido de temporada, no una playera que se deshace a las tres lavadas, sino una huella que trasciende.
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Consejo incómodo y práctico (para que no quede en el aire)
Sé que suena fácil decir “consume responsablemente” y punto. Pero lo incómodo se vuelve útil cuando damos pasos concretos. Aquí van cinco que puedes aplicar desde ya:
1. Haz el reto del 30: antes de comprar algo pregúntate si lo usarás al menos 30 veces. Si la respuesta es no, no lo compres.
2. Dale segunda vida a tu ropa: intercambia con amigos, dona lo que ya no uses o busca mercados de segunda mano. No es “pobreza aspiracional”, es inteligencia ambiental.
3. Repara antes de reemplazar: un botón o un cierre roto no son sentencia de muerte. Aprender a coser es más revolucionario de lo que crees.
4. Elige local y duradero: apoya marcas pequeñas, artesanos y productores responsables. Puede costar un poco más, pero dura mucho más.
5. Cuida tu lavado: cada lavada libera microplásticos. Lava con menos frecuencia, usa bolsas de captura de fibras o programas cortos. Tu ropa dura más y el planeta lo agradece.
La moda rápida no es inocente ni pasajera. Es un monstruo que se alimenta de nuestra prisa y de nuestra ansiedad por “estar al día”. La diferencia está en nosotros: en consumir con calma, con criterio y con conciencia.
Porque sí, esa prenda puede ser barata hoy, pero tarde o temprano el recibo ambiental llega. Y créeme: no hay rebaja que lo haga menos doloroso.