El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una fecha que busca visibilizar y erradicar todas las formas de violencia que sufren mujeres y niñas en todo el mundo. Esta jornada no solo invita a reflexionar sobre la magnitud del problema, sino también a asumir compromisos concretos para construir sociedades más justas y seguras.
El origen de esta conmemoración se remonta a 1999, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró oficialmente la fecha en honor a las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, conocidas como “Las Mariposas”. Estas mujeres fueron asesinadas en 1960 por su oposición a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana. Su valentía y sacrificio se convirtieron en símbolo de la lucha contra la violencia de género y la defensa de los derechos humanos.
La violencia contra la mujer es una violación grave que se manifiesta en múltiples formas: física, psicológica, sexual, económica y simbólica. Para sensibilizar sobre esta problemática, la ONU lanzó la campaña “ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres”, adoptando el color naranja como emblema. Este color representa esperanza y optimismo, evocando un futuro libre de violencia. Por ello, en algunas ciudades, cada 25 de mes se promueve como “Día Naranja”, para mantener viva la conciencia social y fomentar acciones preventivas.
En la era digital, las redes sociales se han convertido en espacios de interacción, pero también en escenarios donde se reproduce la violencia. Un fenómeno preocupante es la agresión que mujeres ejercen contra otras mujeres, especialmente mediante críticas a la apariencia física. Comentarios ofensivos sobre el cuerpo, el peso, la piel o la forma de vestir se han normalizado en plataformas digitales, generando un impacto emocional profundo en las víctimas.
Este tipo de violencia no solo perpetúa estereotipos dañinos, sino que refuerza la idea de que el valor de una mujer depende de su imagen. La crítica destructiva entre mujeres contradice los principios de sororidad y solidaridad que deberían prevalecer en la lucha por la igualdad. Además, el anonimato en redes sociales amplifica la impunidad, fomentando conductas agresivas sin consecuencias inmediatas.
Frente a esta realidad, es urgente promover una cultura de paz digital, basada en el respeto y la empatía. Educar en el uso responsable de las tecnologías y en la aceptación de la diversidad física es clave para erradicar estas prácticas. Las mujeres deben ser aliadas, no adversarias, en la construcción de entornos seguros y libres de violencia, tanto en la vida real como en el mundo virtual.
Sin embargo, la violencia no distingue género; tanto hombres como mujeres pueden ser víctimas y perpetradores. Sin embargo, los actos de violencia ejercidos por mujeres hacia hombres suelen ser invisibilizados, lo que dificulta su reconocimiento y atención. Este tipo de agresión puede manifestarse en formas físicas, psicológicas o emocionales, y aunque estadísticamente es menos frecuente que la violencia contra las mujeres, no deja de ser una problemática que afecta la dignidad y bienestar de quienes la padecen.
Reconocer esta realidad no implica restar importancia a la violencia de género contra las mujeres, sino asumir que toda violencia es inaceptable. La construcción de una cultura de paz exige promover relaciones basadas en el respeto, la empatía y la igualdad. Esto implica educar en la resolución pacífica de conflictos, fomentar la comunicación asertiva y eliminar estereotipos que normalizan la agresión como forma de poder.
La paz no se logra con silencio ante la violencia, sino con acciones que garanticen justicia y equidad para todas las personas. Erradicar cualquier forma de violencia, sin importar quién la ejerza, es un compromiso colectivo que nos acerca a sociedades más seguras y humanas.
