La lucha por el agua continúa, y basta acercarse a la carretera federal, a la altura de Lázaro Cárdenas, para sentirlo; solidaridad, coraje, dignidad y las ganas genuinas del campo por salir adelante. No es la primera vez que ocurre,pero a esta magnitud jamas había sucedido, cada manifestación vuelve a recordarnos que hay causas que no pertenecen a un solo sector, sino a todo el pueblo.
He tenido el privilegio de estar presente, acompañando y apoyando este movimiento desde el inicio. Y lo digo como lo he dicho antes, yo no soy agricultor, no vivo del campo ni dependo directamente de las cosechas. Pero sí tengo familia que lo hace, amigos que dependen del agua para trabajar, vecinos que verían su futuro comprometido si esta ley avanza. Esta lucha no es de unos cuantos, es de todos. Porque si este sector cae, el pueblo entero resiente el golpe.
En redes sociales he leído críticas, molestias y hasta burlas hacia quienes se manifestaron. Hay quienes dicen sentirse afectados por los bloqueos; lo entiendo, a nadie le gusta que su rutina diaria se altere. Pero aquí hay un punto que debemos tener muy claro: la empatía, en momentos como este, no es un lujo; es una responsabilidad social. Si no perteneces al sector agropecuario y no te gusta asistir a las manifestaciones, lo mínimo que podemos hacer es comprender el motivo, reconocer la gravedad del problema y, si hace falta, usar vías alternas.
Porque el bloqueo se realizó únicamente en un tramo federal, justamente donde se necesitaba la atención de las autoridades correspondientes. Quien tenía necesidad de viajar a Chihuahua podía hacerlo por el camino estatal de Satevó, libre de cualquier obstrucción. Se trató de un movimiento organizado, consciente y estratégico, no de una acción improvisada ni malintencionada.
Tuve el gusto —y la responsabilidad— de estar cerca, muy cerca, de lo que ahí ocurrió. A pesar de la tensión natural de un momento así, jamás se perdió el compañerismo, la organización ni la cooperación. Las madrugadas frías, las guardias para asegurar que el movimiento no fuera interrumpido, la disposición para ayudar en lo que hiciera falta… Todo eso construyó un ambiente que vale la pena reconocer.
Y gracias a Dios, nunca faltó nada: alimentos, agua, cobijo, apoyo. La solidaridad de la gente sostuvo lo que la incompetencia del gobierno federal se negó a atender. Porque mientras la ciudadanía resistía en la intemperie, el gobierno ignoraba su responsabilidad de sentarse a construir un acuerdo real en beneficio del campo.
Y aquí vale la pena recordar lo dicho por la presidenta Claudia Sheinbaum, que los agricultores “traen camionetas del año”. Una declaración profundamente desconectada de la realidad. Porque aunque así fuera, cada herramienta, cada vehículo y cada hectárea cultivada es producto del trabajo de sol a sol. Además, el campo no se sostiene con una sola persona, cientos de jornaleros dependen de esta actividad, y detrás de ellos, cientos de familias.
Ahora le pregunto a usted, amigo lector, ¿Qué cree que ocurriría si miles de jornaleros pierden su empleo y, con ello, el sustento de sus hogares?
Porque el dinero no cae de los árboles ni se recoge debajo de las piedras.
Una ley mal diseñada no solo puede asfixiar al campo, puede derribar un pilar económico nacional. Puede generar desempleo masivo, y el desempleo masivo deriva en aumento delictivo por necesidad de supervivencia. Y en un país con una estrategia de seguridad débil, mala y deficiente, las consecuencias pueden convertirse en un círculo vicioso del que difícilmente se sale.
No quiero sonar fatalista, pero es necesario ser claros: la llamada “transformación” está cavando un hoyo profundo, uno del cual todo México tendrá que esforzarse para salir. Pero se que juntos podemos lograr grandes cosas.
Nos leemos el próximo viernes, aquí en Bajo la Lupa, su espacio para analizar más allá del discurso.






