A veces, en medio de las metas, los proyectos y la velocidad con la que intentamos conquistar el mundo, olvidamos algo esencial: la familia es nuestro primer punto de partida y también nuestro ancla más profunda. No solo nos da un apellido, nos da historia; no solo nos acompaña, nos sostiene; no solo nos ve crecer, nos recuerda quiénes somos cuando el ruido externo intenta definirnos.
La familia —la biológica o la que la vida nos regaló— es ese espacio donde aprendimos a soñar por primera vez. Allí escuchamos las primeras palabras de aliento, los primeros “sí puedes” y también los primeros llamados de atención para no desviarnos del camino o hasta una nalgada que en mi criterio funcionan y agradezco hoy por hoy. Son esas voces las que, aunque a veces se nos olviden, construyeron los cimientos de nuestra identidad.
Y es que para lograr lo que queremos, no basta con mirar hacia adelante: también hay que mirar hacia atrás, no para quedarnos ahí, sino para recordar desde dónde partimos. Venir de un lugar nos da dirección; tener una meta nos da movimiento. Pero la combinación de ambas cosas es lo que verdaderamente nos impulsa.
Hoy, mientras construimos nuestros sueños, es un buen momento para hacer una pausa y reconocer que mucho de lo que somos nació en los abrazos, las enseñanzas, los valores y hasta en los retos que vivimos con nuestra familia. Recordar de dónde venimos es una forma de no extraviarnos en el camino. Y tener claro hacia dónde vamos es una forma de honrar ese origen.
Creer es crear… y crear también significa agradecer, reconocer y regresar a lo esencial. Porque ningún logro tiene sentido si olvidamos a quienes estuvieron desde el inicio, y ningún futuro puede construirse sin la fuerza de nuestras raíces.
GRACIAS FAMILIA FLORES NIETO






