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domingo, octubre 12, 2025

Agua, vida y máquinas en transformación y tensión

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Junio trajo lluvias bien recibidas en el norte del país, y según el Monitor de Sequía de Conagua, el 35% del estado de Chihuahua quedó libre de sequía al 30de junio, una recuperación significativa que debe entenderse como llamada de atención: cuando llueve con intensidad, la tierra responde, los acuíferos se reponen y la sequía retrocede. Pero si no aprendemos a retener y aprovechar esa
agua, cada gota se convierte en oportunidad desperdiciada.

Lo perturbador no es la ausencia de lluvia, sino la carencia de estructuras —físicas e institucionales— para captarla. Techos, patios, huertos o espacios públicos podrían reconvertirse en sistemas de aprovechamiento pluvial, pero sin apoyo y reconocimiento desde instancias estatales o federales, el impulso queda aislado.

Mientras tanto, la naturaleza continúa ofreciendo soluciones silenciosas. En semanas recientes, medios y plataformas internacionales celebraron los hallazgos sobre hongos que degradan plástico, especialmente Pestalotiopsis microspora y Pleurotus ostreatus, capaces de descomponer poliuretano y plásticos oxodegradables en condiciones ambientales adversas. El entusiasmo es válido: estas especies abren la puerta a nuevas formas de biotecnología ambiental que podrían cambiar el rumbo de nuestra relación con los residuos.

Pero en México también hay ciencia valiosa y silenciosa que merece visibilidad. Investigadoras como la doctora María Neftalí Rojas, de la UNAM, han trabajado con hongos y larvas para transformar desechos plásticos en ladrillos ecológicos. Otros equipos nacionales han logrado degradar compuestos como los ftalatos —sustancias tóxicas usadas comúnmente para ablandar plásticos— en menos de 72 horas usando hongos nativos. El problema no es la falta de talento, sino la falta de respaldo institucional: sin recursos, políticas ni voluntad real, estos avances quedan archivados o estancados en laboratorios.

Y ahí está la contradicción: aplaudimos lo que ocurre fuera, pero no apoyamos lo que ya germina dentro. México no puede seguir siendo solo tierra de papers; necesitamos convertirnos también en territorio de soluciones tangibles.

En paralelo, mientras los hongos buscan restaurar lo dañado, seguimos alimentando tecnologías que consumen sin freno. Modelos de inteligencia artificial como GPT-4 requieren hasta 700 000 litros de agua para su entrenamiento. Sí, agua. Para enfriar servidores, mantener centros de datos y garantizar el funcionamiento de plataformas que usamos a diario.

Y no es que la inteligencia artificial sea mala. De hecho, yo mismo la utilizo con frecuencia: su agilidad para procesar datos, generar borradores complejos o sintetizar información la convierte en una herramienta poderosísima. En momentos de carga de trabajo intensa, es más eficaz que un ejército de asistentes. La clave está en cómo y para qué la usamos.

El problema es que muchos de sus recursos se van en banalidades: generar selfies estilo Ghibli, pedirle poemas para ex novias, o simplemente consumir por consumir. Mientras tanto, hay comunidades sin agua potable. El consumo debe tener propósito, no solo entretenimiento.

Estos tres elementos —el agua que no captamos, los hongos que no apoyamos y las máquinas que usamos sin reflexión— nos confrontan con lo mismo: cómo estamos usando el poder que tenemos en las manos.

Consejo práctico: inicia un sistema de compostaje doméstico

Mucho de lo que tiramos a la basura puede volver a la tierra si lo tratamos correctamente.
Comenzar un pequeño sistema de compost en casa —con restos de comida, cáscaras, hojas secas— es una forma concreta de reducir residuos y enriquecer el suelo.

¿Por qué importa?

  • Disminuye tu basura diaria y evita que residuos orgánicos terminen generando
    gases de efecto invernadero.
  • Enriquece tu jardín o huerto: mejora la calidad del suelo y su capacidad para
    retener agua.
  • Fomenta la autosuficiencia: lo que hoy tiras, mañana puede alimentar a tus
    plantas o comunidad.
  • Conecta con lo esencial: entender el ciclo natural de la materia cambia nuestra
    relación con el consumo.
    El compost es un acto de resistencia natural. No requiere tecnología, pero sí
    compromiso.

Las lluvias anticipan milagros que descuidamos. Los hongos registran soluciones que ignoramos.
Las máquinas demandan agua que no vemos. Todo está conectado. Y cada decisión —guardar una
gota, desechar un plástico, usar la IA sin pensar— deja una huella.

Juntos por las Gotas que Podemos Guardar.

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