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domingo, octubre 12, 2025

“El precio oculto de un bistec”

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Hablar de carne roja no es solo hablar de comida. Es hablar del modelo de consumo que estamos sosteniendo como sociedad y del costo ambiental que escondemos debajo del plato.

Según la FAO, la ganadería genera el 14.5 % de los gases de efecto invernadero en el mundo, casi lo mismo que todo el sector transporte junto. Y de ese porcentaje, más de la mitad proviene del ganado bovino. Para ponerlo en claro: un kilo de carne de res puede liberar entre 27 y 60 kilos de CO₂ equivalente; un kilo de lentejas apenas 1.

En agua, la diferencia es todavía más brutal. Para producir 1 kilo de carne de res se necesitan 15,000 litros de agua, frente a 4,000 para pollo y menos de 2,000 para legumbres. Cada bistec implica sequías más largas, presas vacías y acuíferos sobreexplotados. Y en territorio, la ganadería es responsable de más del 80 % de la deforestación en América Latina, arrasando con selvas y bosques para abrir espacio a pastos o soya destinada al ganado.

El debate no es solo ambiental. También es social: mientras se talan bosques para alimentar vacas, 828 millones de personas en el mundo siguen con hambre (ONU, 2023). El lujo de una dieta alta en carne lo paga el planeta entero.

México: el espejo que no queremos ver

En nuestro país, el consumo per cápita de carne roja se mantiene en torno a 15 kilos por persona al año, mientras que el de pollo supera los 30 kilos. No estamos en los niveles de Estados Unidos (donde cada persona consume más de 45 kilos de res al año), pero sí somos parte de esa cultura de sobreconsumo que presiona agua, suelo y aire.

A nivel ambiental, la ganadería sigue siendo una de las principales causas de deforestación en Chiapas, Yucatán y Campeche. Y si hablamos de agua, basta decir que cuatro de cada cinco acuíferos del país están sobreexplotados.

No es casualidad que en el Índice de Desempeño Ambiental (EPI) 2024 de Yale, México haya caído 24 lugares, pasando del puesto 73 al 97 de 180 países, con apenas 44.2 puntos sobre 100. Los peores desempeños:

​•​Biodiversidad y hábitats: lugar 141.

​•​Áreas naturales protegidas efectivas: lugar 124.

​•​Calidad del aire: seguimos sin cumplir con los límites recomendados por la OMS.

Y mientras otros países avanzan hacia dietas más sostenibles, transición energética y economía circular, en México seguimos aferrados al petróleo y a modelos de consumo que ya no son viables.

Chihuahua: un reflejo local

Nuestro estado tampoco se queda al margen. Los rellenos sanitarios saturados, los arroyos llenos de basura y los humedales contaminados son prueba de que la gestión de residuos es deficiente. La ganadería intensiva ha transformado pastizales y zonas desérticas, acelerando la pérdida de biodiversidad.

Y sin embargo, como sociedad nos resistimos a cambiar. México desperdicia el 30 % de sus alimentos, pero seguimos consumiendo carne como si los recursos fueran infinitos. Somos rápidos para exigir un plato lleno, pero lentos para reconocer el costo que ese plato le cobra al planeta.

Consejos ciudadanos

​1.​Modera tu consumo de carne roja: no se trata de eliminarla, pero sí de reducirla. Cambiar un par de comidas a la semana por proteína vegetal disminuye tu huella de carbono y cuida tu salud.

​2.​Exige transparencia ambiental: desde el origen de los alimentos hasta la gestión de los residuos. Pregúntate si lo que consumes viene de un sistema sostenible.

​3.​Cuida el agua: cada bistec implica miles de litros; cada acción para ahorrar cuenta.

​4.​Apoya lo local y responsable: productores que usan prácticas sustentables, mercados de cercanía y cooperativas de reciclaje.

​5.​Haz presión ciudadana: el ranking de Yale muestra lo que no queremos ver: que como país estamos reprobando en medio ambiente. El cambio no vendrá solo de arriba; tiene que empezar desde abajo.

La conclusión incómoda

Un bistec puede ser un placer momentáneo, pero su precio oculto es altísimo: agua que ya no tenemos, bosques que desaparecen, aire que se vuelve irrespirable. México no retrocedió en el ranking ambiental por azar; retrocedió porque nuestra forma de producir y consumir está minando la base de nuestra supervivencia.

La pregunta es simple: ¿seguiremos defendiendo el “derecho” a un plato lleno de carne, aunque el planeta quede vacío de futuro?

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