En estos días llegó a mi una teoría que desconocía y me pareció muy interesante. Les cuento con un ejemplo cercano: En el centro de nuestra ciudad hay un viejo local de ladrilloen cuya fachada, una ventana rota ha permanecido sin reparar durante meses. A medida que los días se convierten en semanas y las semanas en meses, a esa ventana rota le han seguido el resto y ya no queda ningún cristal que no esté agrietado, agujereado o destrozado. Haber permitido que alguien rompiese esa primera ventana y no haberla reparado rápidamente ha supuesto el principio de un efecto contagio. Y es que un pequeño gesto como ese puede convertirse en unsímbolo silencioso de desorden y negligencia, y dar luz verde a que los comportamientos incívicos se reproduzcan en nuestra sociedad. De eso trata precisamente el síndrome de la ventana rota.
La teoría del vidrio roto, formulada por los criminólogos James Q. Wilson y George Kelling en la década de 1980, explica que los signos visibles de desinterés y deterioro pueden incitar a comportamientos delictivos. Si una ventana rota se deja sin reparar, sugiere la teoría, pronto todas las ventanas estarán rotas. Sin embargo, fue en el contexto del experimento del psicólogo Philip Zimbardo, realizado en 1969, cuando se establecieron las bases de esta teoría.
El experimento de Zimbardo consistió en abandonar dos automóviles idénticos en dos lugares diferentes: Uno en el Bronx, Nueva York, una zona conocida por su delincuencia; otro en Palo Alto, California, una zona adinerada y tranquila. El auto del Bronx fue rápidamente desmantelado, mientras que el de Palo Alto permaneció intacto. Para probar su hipótesis, Zimbardo rompió deliberadamente una ventana del coche de Palo Alto, lo que provocó que este también fuera vandalizado en poco tiempo.
Pero ¿qué tiene que ver una ventana rota con el comportamiento humano?, ¿No es acaso sólo un pedazo de vidrio? Aquí radica el interés de la metáfora. Una ventana rota no es sólo una ventana rota. Es un signo visible de abandono, un mensaje tácito que dice: “Aquí no importa el orden. Aquí no importa el cuidado”. Y ese mensaje, según Wilson y Kelling, puede tener un efecto contagioso.
Este fenómeno se extiende a las conductas inmorales o incívicas. Un pequeño acto de desconsideración como tirar basura en la calle o dibujar grafitis en una pared, puede parecer insignificante por sí solo. Pero si se deja sin control, puede enviar un mensaje poderoso: “Aquí, lo incívico, es tolerado”. Y ese mensaje puede inspirar a otros a seguir el ejemplo, propagando lo inmoral y el desorden, como un virus.
¿Qué pasa cuando nos descuidamos? A menos a mí, queridos lectores, el no arreglarme, no andar presentable me baja la energía. En cambio, cuando me subo a mis tacones, me visto bonito y me pongo mi lápiz labial rojo pasión: ¡Cuidado! Y hay muchos estudios que comprueban que el bañarnos todos los días, perfumarnos, vestir algo que nos de la sensación de vernos bien, puede generarnos positivismo y alegría. También cuando descuidamos nuestra alimentación pasa que lo vamos dejando y cuando menos pensamos ya andamos mal de salud, ya no nos queda igual nuestra ropa, el acné brota, el cabello y la piel lo reflejan, y los ánimos se bajan.
Hoy te invito a que vayas cambiando esos vidrios rotos de tu ser, a que busques ayuda (porque no siempre podemos hacerlo solos) y empieces a poner bonito y presentable ese cuerpo maravilloso que te mueve para todos lados, que te permite ver el mundo cada día y que te permite abrazar a quienes te rodean. Cambiar vidrios, lavar pisos, pintar paredes, poner una que otra planta que te de oxígeno, aromatizar el ambiente con tu olor favorito y ¡a vivir!






