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domingo, diciembre 7, 2025

Fiesta de aviones y resaca de humo

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Se terminó la COP30, se apagaron las luces en Belém, se cerraron las puertas de los salones de negociación y la comitiva climática regresó a sus aeropuertos. Se fueron con sus maletas, sus selfies y su conciencia tranquila —o al menos eso creyeron. Pero lo que quedó en el aire fue más pesado: toneladas de dióxido de carbono soltadas en vuelos intercontinentales, promesas para “adaptación” y “fondos verdes”, y una declaración final que eludió el tema esencial: la salida real de los combustibles fósiles. No hubo hoja de ruta, no hubo plazos, no hubo compromiso firme. Solo buena voluntad diplomática.

Había una oportunidad real —quizá la última para este ciclo histórico— de trazar una ruta concreta para salir del carbón, el petróleo y el gas. Fue rechazada. Se borró del documento final. A cambio, lo que reina es una nebulosa de “adaptación”, “financiamiento” y “compensaciones”. Ese discurso convierte a esta cumbre no en un paso adelante, sino en un acto simbólico que le da aire a los intereses fósiles. Y lo absurdo es que un evento convocado para salvar al planeta genere una huella de carbono monumental: miles de asistentes viajaron para anunciar que necesitamos reducir emisiones… mientras aumentaban las suyas. Quizá ese sea el verdadero lema de este tipo de cumbres: “haz lo que digo, no lo que necesité para llegar aquí”.

El final de la cumbre no fue una declaración histórica, ni un tratado memorable, ni una transformación irreversible. Fue apenas un suspiro burocrático, el tipo de frase corporativa que se coloca en una nota de prensa para fingir que algo se logró. La sensación final es más incómoda que el humo: no fue una conferencia climática, fue un déjà vu internacional en el que el planeta sigue avanzando más rápido hacia el desastre que los acuerdos hacia la solución. Mientras ellos vuelven a casa, la atmósfera se queda con la factura.

Y entonces llega diciembre. El país se llena de luces, de promociones y de la fantasía del “mes más bonito del año”, pero la atmósfera anuncia otra cosa: inversión térmica, aire atrapado, partículas suspendidas, contaminación que no se dispersa. Cada fogata, cada carro, cada calefacción improvisada, cada quema agrícola o de basura, cada fuego artificial queda flotando en el aire como si fuera parte de la decoración. Es el mes del consumo más irracional: envolturas, unicel, bolsas, cartón, plástico, vasos, platos, empaques, todo lo que se compra para celebraciones que consideramos indispensables y que termina en basura. Y como la basura estorba, la quemamos. Y como la quema molesta, la normalizamos. Y como el humo asfixia, lo llamamos tradición.

El aire no entiende de festividades: solo sabe que tiene que cargar con todo. Diciembre es el mes donde el consumo convierte la celebración en contaminación y la tradición en daño. Una festividad que respira basura y deja como recuerdo crónico el deterioro del aire, del suelo y de la salud. La navidad se disfruta en familia, pero también se vive en hospitales cuando las partículas finas hacen lo que los acuerdos globales no lograron evitar: dañar a quienes menos culpa tienen. Y agárrense por que este mes les voy a dar datos e información que en vez de impresionar, va a buscar incomodar y generar un análisis personal sobre hábitos en estas fechas. 

Consejo Incómodo: no necesitas una cumbre internacional ni un discurso presidencial para decidir mejor. Reduce compras absurdas, evita el fuego disfrazado de tradición, comparte transporte, exige vigilancia ambiental, rechaza la quema de basura y la pirotecnia, cuestiona el consumo que solo llena el aire de toxinas. La defensa del planeta no empieza cuando firman un acuerdo: empieza cuando dejamos de justificar el humo porque “así se ha hecho siempre”.

Juntos Todos por un diciembre que se respire.

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